A las
religiones no habría que perseguirlas.
Bastaría con no subvencionarlas, ni
reirles las gracias.
Por lo demás, en cuanto tuvieran que predicar pagándose
ellas los predicadores, y por encima de todo, cuando las gentes, incluidos
los mil y un clérigos de tantas doctrinas, comprobaran que también tenían que
hacer ese mínimo de trabajo imprescindible, y que luego encontrarían la
libertad de verdad, pronto verían esfumárseles la vocación.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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