LA
JUVENTUD: UNA ETAPA DE LA VIDA.
La vida humana, aún
siendo una sucesión continuada de jornadas que no dan sensación diaria de variación
orgánica, ni anímica, sabemos por la espaciada observación en los demás y en
nosotros mismos, que presenta cinco etapas características, perfectamente
definidas, que denominamos:
niñez, adolescencia,
juventud, madurez y senectud,
estando todos de
acuerdo en que -salvo casos excepcionales que no deben ser considerados como
tipo para la fijación de conceptos- tienen un cometido concreto en el
desarrollo de la vida humana y en su relación con el desenvolvimiento de la
sociedad de que formamos parte.
Sin referirnos más
que al carácter predominante en cada una, señalaremos que la niñez es etapa de desarrollo vegetativo; los cuidados y
atenciones que se prestan al niño van encaminados esencialmente a dicho fin y,
en segundo lugar, al desarrollo de los sentidos y la memoria.
Durante la adolescencia, etapa en que el
organismo ya adquirió una relativa consistencia, se cambia el tratamiento
procurando, primordialmente, el desarrollo mental; se estimula el raciocinio y
se proporcionan los conocimientos básicos sobre los que poder edificar
posteriormente su saber.
Como el organismo
continúa en desarrollo, aunque más lentamente, también es atendido, si bien por
la inercia adquirida se desenvuelve con cierta independencia.
Al ser alcanzada la juventud, el desarrollo orgánico
supera el 90 %; por tanto la atención a prestar a esta etapa ha de orientarse
especialmente a la formación integral del espíritu; es etapa esencialmente
formativa en sus distintos aspectos: anímico, científico, técnico, profesional,
cívico, etc.; es etapa de preparación inmediata para la vida social propiamente
dicha: la madurez.
La
madurez es llamada también, con razón, la plenitud
de la vida; físicamente, tanto en el aspecto anatómico como fisiológico, el
organismo ha llegado a su total desenvolvimiento; el espíritu ya está realmente
formado, si bien en el decurso de esta etapa irá moldeándose en razón de la
observación, la experiencia y las circunstancias que concurran en su medio
ambiente, contribuyendo todo ello a una evolución lenta de su psiquis.
Un desgaste, mas físico
que mental, conduce a la senectud,
etapa que requiere el descanso, a ser posible total, y por tanto el relevo en
las actividades profesionales.
El
motor de explosión.
Es curioso observar
como la vida humana se comporta análogamente a un motor de explosión a cuatro
tiempos.
En efecto, una etapa
de la vida, la madurez, ha de desarrollar energía para sostener a las otras
tres e impulsar el desenvolvimiento de la humanidad a través de los tiempos, al
igual que el trabajo desarrollado por el motor en el tiempo de explosión es
consumido en parte por los de admisión, compresión y expulsión, mientras el
resto de la energía se aprovecha en comunicar movimiento a la maquina a que se
encuentra acoplado, es decir a su principal finalidad.
Sin gran esfuerzo
imaginativo se puede apreciar la correspondencia de las enumeradas "etapas" con los
"tiempos", en la siguiente forma:
Primer
tiempo. El de "admisión" con la "niñez-adolescencia":
el cilindro del motor admite la mezcla carburante; el niño-adolescente recibe
los alimentos y los conocimientos primarios básicos.
Segundo
tiempo. El de "compresión" con la "juventud":
la mezcla carburante es comprimida a fin de que su energía potencial aumente y,
en el momento adecuado, pueda desarrollar el máximo trabajo; los principios
formativos son ejercitados en el joven para dotarle del mayor número posible de
conocimientos esenciales, así como de capacidad de pensamiento, que le faculten
para actuar como profesional y como hombre cuando se encuentre en condiciones
para ello.
Tercer
tiempo. "Explosión"
con "madurez": durante este tiempo toda la energía potencial de
la mezcla se transforma en cinética, en trabajo activo; las enseñanzas
acumuladas por el joven son puestas en acción al tomar parte activa en las
vidas social y familiar, asumiendo una responsabilidad con su actuación, responsabilidad
que, como más adelante veremos, es fundamental para determinar dicha forma de
actuación.
Cuarto
tiempo. Finalmente la "expulsión" se corresponde con la
"senectud": producida la combustión y agotada
la actividad energética de los gases, se procede a la evacuación del cilindro
para ser sustituidos por otros sin quemar; la actividad desarrollada por el
hombre durante la etapa de madurez, que como hemos visto ha de ser suficiente
para atender sus necesidades actuales y las de las etapas consumidoras (niñez-adolescencia,
juventud, y senectud), exige que el organismo, llegada cierta edad, goce del
merecido descanso físico y psíquico.
Moralejas.
Hay pues, según la lógica
exposición que acabamos de hacer, una etapa púramente activa, la madurez, que
exige una preparación concienzuda y meticulosa, no solamente de conocimientos
sino de observación de cómo actúan los demás, y no precisamente para imitarles sino,
cuando se considere preciso, para enmendar su actuación; ahora bien, es
indispensable, por lógico, que ello tenga lugar al entrar en la etapa de
madurez, es decir cuando se cuente con un conjunto de condiciones determinantes
de eficiencia en la actuación.
La juventud es por
tanto etapa de preparación integral para la vida; etapa de transición, durante
la cual lo esencial es acumular cuanto pueda ser bagage para actuar en la
madurez.
Durante la juventud
se abren a la vista, y muy especialmente a la mente, nuevos horizontes que, al
percibirlos por primera vez, nos hacen el efecto no de ser la primera vez que
los vemos, si no de ser los primeros que los percibimos.
Durante esta época
de la vida "se descubren muchos Mediterraneos"; aquello que hombres
anteriores experimentaron y hubieron de desechar por algo, vuelve a descubrirlo
el joven de todas las épocas.
No se trata de que
la juventud -de la que no hay que olvidar es un periodo transitorio por el que
han tenido que pasar todos los que llegan a la madurez- no discierna; posee sus
facultades, pero en desarrollo, por lo que no alcanza aún a ver en perspectiva.
Ve, y en
consecuencia conoce, lo simple, las cosas tal como se le presentan, sin
apreciar lo que no figura en el dibujo, y todo esto no por defecto, si por
falta de práctica y entrenamiento, cosas que se adquieren sólo viviendo y dejándose
aleccionar por los que, habiéndolo vivido, merecen el crédito desinteresado del
cariño.
El ojo del joven ve
mejor que el del hombre maduro, pero no más; su mente, que capta las ideas
simples, no llega a percibir las derivadas, generalmente complejas, hasta que, con
el aleccionamiento de los mayores, logra acomodar su grado de percepción a un
enfoque de más precisión.
Se puede pensar que
todo esto no es más que una opinión y que a ella se puede oponer, con la misma
validez, la de quien opine lo contrario, postura esta, no se por qué razón, muy
adoptada en los últimos tiempos, olvidándose lo fundamental, que opinar no es
simplemente emitir un punto de vista, la opinión ha de estar avalada por
razones lógicas o reales; así, la por mi sostenida la sanciona este caso
tornado de la vida diaria: un joven ve que un niño está sentado en la carretera
jugando; la reacción inmediata, si actúa como humano y con sentido cívico, es
acercarse a decirle que se ponga a jugar fuera de la carretera porque allí
puede atropellarle un auto; entonces y ante ello, lo "natural" es que
el niño que no "ve" ningún vehículo desoiga la advertencia; esta
actitud obliga al joven a "sacarlo de aquel lugar de peligro contra su
voluntad"; como el niño no "ve" más, puede pensar que actuamos
caprichosamente por un afán autoritario derivado de poseer la fuerza, sin
embargo el joven, que "ve" el peligro y ha empleado antes la persuasión,
no puede evitar el intervenir, aún contrariando su natural bondadoso.
De este hecho se
pueden obtener dos conclusiones: la primera es que la etapa más avanzada
"ve" lo que no logra ver la anterior, y no por considerarse superdotada
o distinguida con la posesión de las verdades, sino, simplemente, porque ha
vivido esas situaciones y conoce casos
análogos con desenlaces lamentables.
Esta misma posición
relativa enlaza cada etapa vital con la anterior y la siguiente, hecho éste
sancionado por la humanidad en todas las épocas y latitudes: los pueblos
antiguos eran dirigidos por venerables ancianos; igualmente ocurre en la
actualidad con las más apartadas tribus; el Senado romano estaba integrado por
hombres en edad senil; en todos estos casos es aprovechada la "sabiduría"
adquirida por la edad.
Conozco el caso de
alguna empresa que ha querido "modernizarse" eliminando a los
directivos mayores para "dar peso a la juventud plena de ímpetu e
iniciativas" y al poco tiempo ha tenido que ir sustituyendo elementos de
esta nueva promoción por fracasos debidos, no a falta de inteligencia ni buena
voluntad, sino de inexperiencia.
La segunda
conclusión es, a mi modo de ver, más trascendente.
Ante el caso
expuesto, que por otra parte no es más que un ejemplo genérico aplicable a
cualquier pareja de etapas, podemos adoptar dos posiciones: o respetar el
derecho de libertad de decisión del ser humano, inhibiéndonos y esperando a que
cuando suceda lo que preveíamos, si es
que sucede, podamos evidenciar que
aquello ha ocurrido por no haber sido atendido nuestro consejo, o velar por su
bien aún recurriendo a contrariar su voluntad "actual", y la denomino
"actual" porque es casi seguro que si le ocurriese algo desagradable,
su voluntad "hubiera sido otra" y, su opinión, que la culpa fue
nuestra por no haber evitado lo que "sabíamos" podía ocurrir.
Es caso frecuentísimo
-otro ejemplo real en que baso mi opinión- el del hijo que al cabo del tiempo
reprocha a sus padres no haber sido más enérgicos con él obligándole a adoptar
determinada actitud en lugar de consentir hiciese su voluntad.
Vemos claramente que
en las etapas formativas tiene una, importancia trascendental la estimación de
las dos voluntades, la "actual" y la "post-actual" con respecto
a un mismo asunto.
Abunda esta dualidad
de voluntades especialmente en cuanto a los estudios y al matrimonio.
Los padres y, en
general, los mayores, siempre desean lo mejor para sus hijos o simplemente para
los jóvenes y, en especial los primeros, se sacrifican por conseguirlo, por
ello es muy de lamentar que por una equivocada postura de prematura
personalidad se de lugar a dos perjuicios: uno, al propio individuo al
fraguarse a si mismo una situación incómoda para toda la vida, por no haber
atendido en su día las orientaciones de los mayores, y otro a los padres al
someterles a sacrificios que en muchísimos casos superan lo imaginable.
Finalmente, hay otro
detalle que asevera lo expuesto y es que, piense como piense "de labios
afuera" el mantenedor de cualquier otro punto de vista, basta con que ver si
él en la vida familiar o amistosa, deja que los de etapa de menor grado de
antigüedad que la suya actúen libremente realizando actos o adoptando posturas
que puedan "a su juicio" perjudicarles.
No hay que olvidar
que toda educación exige vencer una inercia que en la mayor parte de los casos
ha de ser superada obligando al educando a realizar algo contra su voluntad
"actual" en la seguridad de que el beneficio conseguido compensará
sobradamente de la incomodidad superada.
Por ello, durante la
etapa “juventud", tanto al individuo por su propio bien, como a la
sociedad por el del conjunto, les interesa que dicha etapa sea dedicada
exclusivamente a adquirir una formación integral que le prepare para actuar
según "su criterio” cuando, formado
éste, llegue a la madurez, no pretendiendo antes influir en la actuación de las
generaciones que, en su turno, se encuentren regulando la marcha de la
sociedad.
Ninguna de las
etapas reseñadas se puede delimitar cronológicamente, ya que su comienzo y
terminación están determinados por ciertas características de desarrollo anímico
y psíquico, más que biológico.
Este
escrito, de mi padre, hecho en 1968, sigue así.
En aquella época, no tan
lejana, la mayoría de edad era para los varones de 21 años y para las mujeres
de 23.
Entonces,
en base a lo expuesto con anterioridad, mi padre propone que se mantengan estas
edades (mi padre era conservador y en consecuencia del régimen, aunque honrado)
para las actividades administrativas.
Introduciendo,
en una época que no se votaba o se votaba a través de los famosos tercios
(familiar, municipal, etc.) que sin embargo para ejercer el derecho al voto
sólo pudiera hacerse si se estaba trabajando (o en el caso de las mujeres
casadas también); ya que entendía que únicamente si trabajas sabes discernir
las cosas o eres más responsable y menos irresponsable.
Publico
esto por un homenaje a él (encontré el escrito casualmente), por su primera
parte (curiosa la comparación de la vida con el motor de cuatro tiempos -el de
los coches-) y también porque esta propuesta de que sólo voten los que estén
trabajando (en la dictadura no votaba nadie) ¿qué resultado arrojaría en la
actualidad?.
Te
quiero papá y sospecho que escribiste este artículo pensando en mi. Te quiero,
y cada día más.
Zamora, marzo 1968.
Francisco MOLINA MUGICA.
Mi
padre murió con 65 años. Tres años después de este escrito y dos después de
recibir la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Yo tenía 26 años, estaba casado y
tenía un hijo. Seis años después tuve una hija. Soy feliz.
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