Lo evidente
es que todas las personas son iguales, pero no iguales en términos de
productividad, ni falta que hace.
Lo evidente
es que tampoco somos iguales en términos de espiritualidad, es decir, no somos
iguales porque (según dicen) tengamos un alma, que es la que nos hace iguales
en el fondo y en el otro mundo. Aunque en éste, añaden, seamos diferentes y por
tanto unos puedan vivir mejor que otros.
No son esas
concepciones tan típicas de la política oficial las que dan fuerza y
consistencia al concepto de igualdad.
La igualdad se está defendiendo
habitualmente desde los paraísos etéreos de la ética y la filosofía especulativa,
por lo que no cala en el interior de cada persona, ni por tanto en la realidad
de la política cotidiana.
Y es que cuando una bandera tiene colores difusos
nadie la sigue, porque no se sabe si es la de unos o la de otros.
En el fondo, la gente intuye que en
estas definiciones clásicas de la igualdad algo no encaja bien.
Las personas somos
iguales porque todas (hasta las que cuentan con minusvalías psíquicas o
físicas) tienen las mismas necesidades básicas, siendo éstas, los Instintos de Supervivencia
y de Placer.
Incuestionable
el primero y ocultado el segundo tras el presunto Instinto de
Reproducción.
Pieza ésta del lavado
de cerebro al que se nos somete, ya que el instinto de reproducción no existe.
Otro engaño
es que se pretende que aceptemos los
Instintos Básicos como Instintos de la Especie Humana, cuando estos instintos
lo son de cada uno de los miembros de ella, y no de ella, que de hecho,
como tal, no existe.
Que la
especie humana no existe quiere decir que no siente. Que no es un
ser vivo y por tanto no tiene instinto
de Reproducción, ni de Supervivencia, ni de Perpetuación.
Más claro, cuando se
extinguieron los Dinosaurios, ni sufrieron ellos por la desaparición de todos y
menos sufrió la especie, pues ni se enteró de su desaparición.
Del libro LA ESTADA SEXUAl, de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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