Todos estos
absurdos (proyéctense los despropósitos citados a las serpientes o a los
microbios o a las babosas) se ha conseguido que suenen casi mejor que la verdad.
Porque la verdad es que si no fuéramos animales no tendríamos los instintos de
los animales (supervivencia y placer).
Porque la verdad es que si fuéramos
libres, la libertad consistiría en poder darle placer al cuerpo y larga vida.
Porque la verdad es
que si en alguna ocasión se opta por el sacrificio debe ser esa una ocasión
instintivamente animal (la madre defiende al bebé, el fuerte protege al
débil, los sanos hacen el trabajo de los
enfermos, y ello siempre con esperanza de supervivencia).
No tiene
sentido decir que somos superiores a los animales porque podemos vivir de forma diferente (pero más bestia),
renunciando al placer variado y abundante; estando predispuestos (tras el
sacrificio anterior) a renunciar también al instinto de conservación, como se
aprecia cuando voluntariamente algunos van a matar y morir por su religión
contra otra religión, o por su patria contra otra patria, o por su
propiedad (sobre todo si es mujer) contra quien le recordó que no era tan suya
como parecía.
Ante tanto
disparate, más pronto o más tarde, se aceptará que somos sólo animales, y
que la inteligencia no está para mortificarnos ayudándonos a inventar
sacrificios que nos priven de vida y de la vida.
La inteligencia para lo
que debe servir es para permitirnos satisfacer mejor los dos instintos básicos
si la utilizamos inteligentemente.
Y puesto que quedó claro que somos iguales,
debemos de ponernos a luchar por resolver los problemas que tenemos en común,
que son los que nos hacen sociables y solidarios.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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