“Si ver
cuerpos desnudos
es malo ¡que
digan por qué!”
Todo el mundo
tiene claro que los animales son iguales. Son iguales entre sí y son, más
claramente iguales, los de la misma especie o clase.
Ni siquiera
en situaciones pintorescas, como la de una colmena, se le ocurre a nadie
considerar que la abeja reina es superior a las obreras o a los zánganos, y que
por eso es, o debe ser, la reina.
Ni aún aceptando eso se le ocurre, a
persona tan ocurrente, que la superioridad de la reina, y las ventajas que
acarrea el cargo, se deban a que se trata de un individuo superior de la
colectividad, y mucho menos se le pasa por la cabeza que hubiera que hacer
oposiciones, entre todas las abejas, para seleccionar a la mejor (disparate que
no se arreglaría ni aunque se pusiera, como traba ética, para considerar a
un ser superior a otro, el que entre los aspirantes hubiera «igualdad de
oportunidades»).
Ni en la
colmena, ni en otros colectivos de animales ve nadie otra cosa que seres
iguales.
Por más que la ciencia todavía mire con los cristales de la
voz de su amo y trate de describir el mundo animal bajo el prisma de la
sociedad de clases-machista.
Mas ¿cuál es
la razón por la que vemos a todos los animales como iguales?
El que apreciamos
que todos hacen lo mismo: Alimentarse. Defenderse (atacando o huyendo).
Cobijarse. Aprender cuatro cuestiones para subsistir. Y dejarse llevar por el
placer cuando están en celo. (Reproduciéndose si se tercia, pero sin saber si
lo han conseguido, e importándoles un bledo el haberlo logrado o no).
¿Y qué les
obliga a todos a hacer lo mismo?
El que tienen los mismos instintos básicos,
las mismas necesidades ineludibles: El deseo de supervivencia y el deseo de placer.
Lo que, abreviando,
podríamos llamar instinto de “super-placer”,
síntesis se super-vivencia y placer.
No hay otro
motivo para que los veamos a todos iguales, e incluso cuando de alguno
(animales de compañía o domésticos) hacemos diferencia, y nos encariñamos con
él y sufrimos y vivimos por él, no pasa
por cabeza alguna considerar que se ha dado con un ejemplar que, ese sí, es diferente
de todos los animales, de todas las especies e incluso de su propia especie.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL, de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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