viernes, 26 de agosto de 2016

LA JUVENTUD: UNA ETAPA DE LA VIDA por Molina Múgica


LA JUVENTUD: UNA ETAPA DE LA VIDA.

La vida humana, aún siendo una sucesión continuada de jornadas que no dan sensación diaria de variación orgánica, ni anímica, sabemos por la espaciada observación en los demás y en nosotros mismos, que presenta cinco etapas características, perfectamente definidas, que denominamos:

niñez, adolescencia, juventud, madurez y senectud, 

estando todos de acuerdo en que -salvo casos excepcionales que no deben ser considerados como tipo para la fijación de conceptos- tienen un cometido concreto en el desarrollo de la vida humana y en su relación con el desenvolvimiento de la sociedad de que formamos parte.

Sin referirnos más que al carácter predominante en cada una, señalaremos que la niñez es etapa de desarrollo vegetativo; los cuidados y atenciones que se prestan al niño van encaminados esencialmente a dicho fin y, en segundo lugar, al desarrollo de los sentidos y la memoria.

Durante la adolescencia, etapa en que el organismo ya adquirió una relativa consistencia, se cambia el tratamiento procurando, primordialmente, el desarrollo mental; se estimula el raciocinio y se proporcionan los conocimientos básicos sobre los que poder edificar posteriormente su saber.

Como el organismo continúa en desarrollo, aunque más lentamente, también es atendido, si bien por la inercia adquirida se desenvuelve con cierta independencia.

Al ser alcanzada la juventud, el desarrollo orgánico supera el 90 %; por tanto la atención a prestar a esta etapa ha de orientarse especialmente a la formación integral del espíritu; es etapa esencialmente formativa en sus distintos aspectos: anímico, científico, técnico, profesional, cívico, etc.; es etapa de preparación inmediata para la vida social propiamente dicha: la madurez.

La madurez es llamada también, con razón, la plenitud de la vida; físicamente, tanto en el aspecto anatómico como fisiológico, el organismo ha llegado a su total desenvolvimiento; el espíritu ya está realmente formado, si bien en el decurso de esta etapa irá moldeándose en razón de la observación, la experiencia y las circunstancias que concurran en su medio ambiente, contribuyendo todo ello a una evolución lenta de su psiquis.

Un desgaste, mas físico que mental, conduce a la senectud, etapa que requiere el descanso, a ser posible total, y por tanto el relevo en las actividades profesionales.

El motor de explosión.

Es curioso observar como la vida humana se comporta análogamente a un motor de explosión a cuatro tiempos.

En efecto, una etapa de la vida, la madurez, ha de desarrollar energía para sostener a las otras tres e impulsar el desenvolvimiento de la humanidad a través de los tiempos, al igual que el trabajo desarrollado por el motor en el tiempo de explosión es consumido en parte por los de admisión, compresión y expulsión, mientras el resto de la energía se aprovecha en comunicar movimiento a la maquina a que se encuentra acoplado, es decir a su principal finalidad.

Sin gran esfuerzo imaginativo se puede apreciar la correspondencia  de las enumeradas "etapas" con los "tiempos", en la siguiente forma:

Primer tiempo. El de "admisión" con la "niñez-adolescencia": el cilindro del motor admite la mezcla carburante; el niño-adolescente recibe los alimentos y los conocimientos primarios básicos.

Segundo tiempo. El de "compresión" con la "juventud": la mezcla carburante es comprimida a fin de que su energía potencial aumente y, en el momento adecuado, pueda desarrollar el máximo trabajo; los principios formativos son ejercitados en el joven para dotarle del mayor número posible de conocimientos esenciales, así como de capacidad de pensamiento, que le faculten para actuar como profesional y como hombre cuando se encuentre en condiciones para ello.

Tercer tiempo. "Explosión" con "madurez": durante este tiempo toda la energía potencial de la mezcla se transforma en cinética, en trabajo activo; las enseñanzas acumuladas por el joven son puestas en acción al tomar parte activa en las vidas social y familiar, asumiendo una responsabilidad con su actuación, responsabilidad que, como más adelante veremos, es fundamental para determinar dicha forma de actuación.

Cuarto tiempo. Finalmente la "expulsión" se corresponde con la "senectud": producida la combustión y agotada la actividad energética de los gases, se procede a la evacuación del cilindro para ser sustituidos por otros sin quemar; la actividad desarrollada por el hombre durante la etapa de madurez, que como hemos visto ha de ser suficiente para atender sus necesidades actuales y las de las etapas consumidoras (niñez-adolescencia, juventud, y senectud), exige que el organismo, llegada cierta edad, goce del merecido descanso físico y psíquico.

Moralejas.

Hay pues, según la lógica exposición que acabamos de hacer, una etapa púramente activa, la madurez, que exige una preparación concienzuda y meticulosa, no solamente de conocimientos sino de observación de cómo actúan los demás, y no precisamente para imitarles sino, cuando se considere preciso, para enmendar su actuación; ahora bien, es indispensable, por lógico, que ello tenga lugar al entrar en la etapa de madurez, es decir cuando se cuente con un conjunto de condiciones determinantes de eficiencia en la actuación.

La juventud es por tanto etapa de preparación integral para la vida; etapa de transición, durante la cual lo esencial es acumular cuanto pueda ser bagage para actuar en la madurez.

Durante la juventud se abren a la vista, y muy especialmente a la mente, nuevos horizontes que, al percibirlos por primera vez, nos hacen el efecto no de ser la primera vez que los vemos, si no de ser los primeros que los percibimos.

Durante esta época de la vida "se descubren muchos Mediterraneos"; aquello que hombres anteriores experimentaron y hubieron de desechar por algo, vuelve a descubrirlo el joven de todas las épocas.

No se trata de que la juventud -de la que no hay que olvidar es un periodo transitorio por el que han tenido que pasar todos los que llegan a la madurez- no discierna; posee sus facultades, pero en desarrollo, por lo que no alcanza aún a ver en perspectiva.

Ve, y en consecuencia conoce, lo simple, las cosas tal como se le presentan, sin apreciar lo que no figura en el dibujo, y todo esto no por defecto, si por falta de práctica y entrenamiento, cosas que se adquieren sólo viviendo y dejándose aleccionar por los que, habiéndolo vivido, merecen el crédito desinteresado del cariño.

El ojo del joven ve mejor que el del hombre maduro, pero no más; su mente, que capta las ideas simples, no llega a percibir las derivadas, generalmente complejas, hasta que, con el aleccionamiento de los mayores, logra acomodar su grado de percepción a un enfoque de más precisión.

Se puede pensar que todo esto no es más que una opinión y que a ella se puede oponer, con la misma validez, la de quien opine lo contrario, postura esta, no se por qué razón, muy adoptada en los últimos tiempos, olvidándose lo fundamental, que opinar no es simplemente emitir un punto de vista, la opinión ha de estar avalada por razones lógicas o reales; así, la por mi sostenida la sanciona este caso tornado de la vida diaria: un joven ve que un niño está sentado en la carretera jugando; la reacción inmediata, si actúa como humano y con sentido cívico, es acercarse a decirle que se ponga a jugar fuera de la carretera porque allí puede atropellarle un auto; entonces y ante ello, lo "natural" es que el niño que no "ve" ningún vehículo desoiga la advertencia; esta actitud obliga al joven a "sacarlo de aquel lugar de peligro contra su voluntad"; como el niño no "ve" más, puede pensar que actuamos caprichosamente por un afán autoritario derivado de poseer la fuerza, sin embargo el joven, que "ve" el peligro y ha empleado antes la persuasión, no puede evitar el intervenir, aún contrariando su natural bondadoso.

De este hecho se pueden obtener dos conclusiones: la primera es que la etapa más avanzada "ve" lo que no logra ver la anterior, y no por considerarse superdotada o distinguida con la posesión de las verdades, sino, simplemente, porque ha vivido esas situaciones y conoce casos  análogos con desenlaces lamentables.

Esta misma posición relativa enlaza cada etapa vital con la anterior y la siguiente, hecho éste sancionado por la humanidad en todas las épocas y latitudes: los pueblos antiguos eran dirigidos por venerables ancianos; igualmente ocurre en la actualidad con las más apartadas tribus; el Senado romano estaba integrado por hombres en edad senil; en todos estos casos es aprovechada la "sabiduría" adquirida por la edad.

Conozco el caso de alguna empresa que ha querido "modernizarse" eliminando a los directivos mayores para "dar peso a la juventud plena de ímpetu e iniciativas" y al poco tiempo ha tenido que ir sustituyendo elementos de esta nueva promoción por fracasos debidos, no a falta de inteligencia ni buena voluntad, sino de inexperiencia.

La segunda conclusión es, a mi modo de ver, más trascendente.

Ante el caso expuesto, que por otra parte no es más que un ejemplo genérico aplicable a cualquier pareja de etapas, podemos adoptar dos posiciones: o respetar el derecho de libertad de decisión del ser humano, inhibiéndonos y esperando a que cuando suceda lo que preveíamos, si es 
que sucede, podamos evidenciar que aquello ha ocurrido por no haber sido atendido nuestro consejo, o velar por su bien aún recurriendo a contrariar su voluntad "actual", y la denomino "actual" porque es casi seguro que si le ocurriese algo desagradable, su voluntad "hubiera sido otra" y, su opinión, que la culpa fue nuestra por no haber evitado lo que "sabíamos" podía ocurrir.

Es caso frecuentísimo -otro ejemplo real en que baso mi opinión- el del hijo que al cabo del tiempo reprocha a sus padres no haber sido más enérgicos con él obligándole a adoptar determinada actitud en lugar de consentir hiciese su voluntad.

Vemos claramente que en las etapas formativas tiene una, importancia trascendental la estimación de las dos voluntades, la "actual" y la "post-actual" con respecto a un mismo asunto.

Abunda esta dualidad de voluntades especialmente en cuanto a los estudios y al matrimonio.

Los padres y, en general, los mayores, siempre desean lo mejor para sus hijos o simplemente para los jóvenes y, en especial los primeros, se sacrifican por conseguirlo, por ello es muy de lamentar que por una equivocada postura de prematura personalidad se de lugar a dos perjuicios: uno, al propio individuo al fraguarse a si mismo una situación incómoda para toda la vida, por no haber atendido en su día las orientaciones de los mayores, y otro a los padres al someterles a sacrificios que en muchísimos casos superan lo imaginable.

Finalmente, hay otro detalle que asevera lo expuesto y es que, piense como piense "de labios afuera" el mantenedor de cualquier otro punto de vista, basta con que ver si él en la vida familiar o amistosa, deja que los de etapa de menor grado de antigüedad que la suya actúen libremente realizando actos o adoptando posturas que puedan "a su juicio" perjudicarles.

No hay que olvidar que toda educación exige vencer una inercia que en la mayor parte de los casos ha de ser superada obligando al educando a realizar algo contra su voluntad "actual" en la seguridad de que el beneficio conseguido compensará sobradamente de la incomodidad superada.

Por ello, durante la etapa “juventud", tanto al individuo por su propio bien, como a la sociedad por el del conjunto, les interesa que dicha etapa sea dedicada exclusivamente a adquirir una formación integral que le prepare para actuar según "su criterio”  cuando, formado éste, llegue a la madurez, no pretendiendo antes influir en la actuación de las generaciones que, en su turno, se encuentren regulando la marcha de la sociedad.

Ninguna de las etapas reseñadas se puede delimitar cronológicamente, ya que su comienzo y terminación están determinados por ciertas características de desarrollo anímico y psíquico, más que biológico.

Este escrito, de mi padre, hecho en 1968, sigue así. 

En aquella época, no tan lejana, la mayoría de edad era para los varones de 21 años y para las mujeres de 23.

Entonces, en base a lo expuesto con anterioridad, mi padre propone que se mantengan estas edades (mi padre era conservador y en consecuencia del régimen, aunque honrado) para las actividades administrativas.

Introduciendo, en una época que no se votaba o se votaba a través de los famosos tercios (familiar, municipal, etc.) que sin embargo para ejercer el derecho al voto sólo pudiera hacerse si se estaba trabajando (o en el caso de las mujeres casadas también); ya que entendía que únicamente si trabajas sabes discernir las cosas o eres más responsable y menos irresponsable.

Publico esto por un homenaje a él (encontré el escrito casualmente), por su primera parte (curiosa la comparación de la vida con el motor de cuatro tiempos -el de los coches-) y también porque esta propuesta de que sólo voten los que estén trabajando (en la dictadura no votaba nadie) ¿qué resultado arrojaría en la actualidad?.

Te quiero papá y sospecho que escribiste este artículo pensando en mi. Te quiero, y cada día más.

 Zamora, marzo 1968.

Francisco MOLINA MUGICA.

Mi padre murió con 65 años. Tres años después de este escrito y dos después de recibir la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Yo tenía 26 años, estaba casado y tenía un hijo. Seis años después tuve una hija. Soy feliz.

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