martes, 21 de julio de 2015

El Suisida (Relato para adultos de atar)

                                 EL     SUISIDA

                                                                  Por  Paco Molina (Martínez)


La sensación de que me han robado la juventud es agobiante, y ese agobio me crea frustración y rabia. Frustración porque ya es imposible recuperarla, y rabia contra todos los que contribuyeron a crear aquella atmósfera cerrada, enfermiza y angustiosa.
         Desde que tuve uso de razón-1952-hasta que empecé a usarla-1970-mi vida fue como la de todos, fundamentalmente insípida.

                                               I
Unos pelillos saliendo por la entrepierna del bañador de la amiga más guapa de mis padres; las tetas redondas y empecinadas con que una prima de veintitantos años daba de mamar a su hija, completamente confiada a la inocencia de mi corta edad; LOS FORCEJEOS CON ALGUNAS CHACHAS DE CASA, DOS O TRES CHORRADAS MÁS Y PARA TÚ DE CONTAR. Así de miserable fue mi pre-pubertad, mi pubertad y mi post-pubertad.
                                               II
         ¿Por qué hablo sólo de sexo?¿¡Pero es que a esa edad se pueda hablar de otra cosa que no sea  sexo? Con amor o sin amor, pero fundamentalmente sexo, eso es lo que irrumpe como una riada en el cuerpo de la adolescencia.
         “Y muchas más cosas” -diría cualquiera; pues claro que sí ¡y muchas más cosas!. Pero la más fuerte....el sexo, y la más prohibida.....el sexo. Y cuando en una sola cuestión se unen los honores de ser la más fuerte y la más prohibida, la suerte está echada: ESA CUESTIÓN ECLIPSA TODO.

                                               III
         Todo. ¡Qué palabra! La carencia de sexo, de pasado sexual, me ha vuelto dogmático y escribo con excesiva frecuencia la palabra TODO. Pero ahora, que lo voy a volver a hacer, tal vez sea imprescindible porque  voy a decir que entonces TODO estaba prohibido
         Sobre cada individuo, sobre cada adolescente, sobre cada chico y sobre cada chica, existía una presión social, moral, religiosa e incluso sanitaria, verdaderamente DEPRAVADA.
                  
                                               IV
         Porque era una verdadera depravación la magnitud que alcanzó la represión sexual. Si te salías de tu cárcel de castidad podrías ser tildado de obseso sexual; recibiendo así el correspondiente estigma social .Otros niños tendrían que cuestionarse tu amistad pues estarías en la lista de amigos que no convienen. Claro que también serías alguien sin voluntad, es decir alguien moralmente enfermo; o lo que es peor, habrías crucificado de nuevo a Cristo y cada caricia o cada obscenidad sería como un nuevo martillazo sobre los clavos que le traspasaban manos y pies.

Ah! Pero no sólo eso; sin duda por aquello de que Dios castiga sin piedra ni palo, resultaba que fuera de la cárcel de la castidad también se perdía la salud: la masturbación era como si en vez de expulsar semen te inyectaran pus de leprosos, o si eras del otro sexo, suponía el perder la capacidad para convertirte el día de mañana en una buena madre.

         TODOS recibimos estos o parecidos mensajes, y como en cierto modo, todos éramos o somos como ordenadores, al introducirnos la ficha con el programa reaccionamos a él, ¡QUEDAMOS PROGRAMADOS!

                                               V
         El programa que figuraba en la ficha o en el disco, llevaba por título SEXOCIDIO, y una vez cargado ese programa en nuestra memoria la suerte- nuestra suerte- ya estaba echada.

                                               VI
         Pero afortunadamente no todos funcionamos bien. No, por favor, no estoy presumiendo cuando digo que “funciono bien”, al contrario.

         Creo que un ordenador, una persona, funciona bien cuando responde al programa que se le mete, y funciona mal cuando no es así.

         Para que se entienda, imaginemos que el programa consiste en responder al estímulo de una letra mayúscula citando la misma letra en minúscula. Entonces diremos que Juan funciona bien si al oír “A” él dice “a”, y que Pedro funciona mal si al oír “B” dice, por ejemplo “olé”.

Resulta pues que al decir que alguien funciona bien, no se está emitiendo un juicio positivo, ni tampoco negativo. Se trata de un juicio  neutro, ya que si el programa que se nos mete en el coco es malo ¡más nos valdría no funcionar bien y por tanto no responder a sus órdenes!.

         Lamentablemente somos demasiados los que funcionamos bien y entonces, al colocarnos el disquete con el programa del SEXOCIDIO nosotros mismos decidimos reprimir nuestro sexo y, peor aún, reprimir el de los demás.

                                               VII
         Pero la naturaleza, que es sabia, da margen para la estupidez, para el error, para la aventura, y por eso permite que siempre existan personas que no funcionan bien.

         Esas personas, desde 1950 a 1968, eran las descarriadas. No respondían a la programación de la ficha que llevaba el título de SEXOCIDIO. Eran más animales que racionales, y ahora, hayan triunfado o no en la vida, ¡tienen vida!.

         Unían la fuerza de su instinto a la fuerza de su inteligencia -que debe estar al servicio del cuerpo y no al revés- y no se reprimían. Su grito era “¡no hay que reprimirse; para reprimirnos ya están los demás!”, y su actividad, BUSCAR.

                                     
                                               VIII
         Como los demás y las demás, en el fondo eran ollas a presión, cuando aparecía alguien con mala fama y levantaba la tapadera, era difícil  no sentir alivio ante tanta presión, y más difícil todavía resistirse a premiar a aquel o aquella que nos aliviaba.
        
Me hubiera gustado ser un mal ordenador y no haber respondido tan bien al programa del SEXOCIDIO. Si hubiera sido un TARAMBANA A LO MEJOR HOY, AL MIRAR ATRÁS NO VERÍA UN ABRIGO DE VISÓN, PERO VERÍA LAS BRAGAS A MEDIO BAJAR DE UNA ANTIGUA AMIGA; TAL VEZ NO VERÍA EL BMV, pero vería los pechos de aquella mujer seduciéndome; tal vez no vería el chalet, pero vería a mi mujer como una más y no como una insípida.

         Para llenar la vida de sexo, hay que llenar el sexo de vida.

                                              

1
         Cuando Javier acabó de leer aquella especie de diario /reflexión /ensayo /confesión de su padre, empezó a sentir agobio, frustración y rabia.

Tenía 20 años, se paseaba por el año 2000 y aquél escrito se convertía para él en un espejo.
         Sí, en un espejo, que como todos refleja lo que tiene delante. Y es que lo que había en el escrito- en el espejo- era como una reproducción de lo que tenía delante: La vida de Javier.

                                               2
         Resultaba que ahora no era la Iglesia la que programaba en lenguaje basic-social-moral-religioso, el sexocidio, pero el programa estaba otra vez en los ordenadores personales que somos cada uno.

Ahora la promiscuidad sexual, o sea el sexo como apetece- variado y abundante- te podría llevar al desastre social: perder el trabajo; al desastre moral: ver distanciarse a la familia; al desastre religioso: ver manifestarse tu pecado, y al desastre sanitario: saber que mueres. Porque ahora, el cinturón de castidad de la sociedad existía, era el SIDA.

                                               3
         También la adolescencia se convirtió para él, como lo fue para su padre, en una cárcel de castidad. El guardián de su padre fue el miedo al infierno que hay tras la muerte, el guardián suyo fue el miedo al infierno que hay antes de la muerte. El guardián del hombre, siempre, el miedo.

         “Pero ¿cómo es que tienes a los hombres sueltos?”- le preguntó una Diosa a Dios- “No te preocupes, los tengo atados con miedo”.

                                               4
         -“Mamá - preguntó Javier, gritando a quien estaba lejos- ¿qué tal se portaba papá en la cama?”- “Demasiado intelectual”
        
Basta, basta, basta,....Y como si le hubieran  castigado a repetir mil veces la palabra, Javier la estuvo mascullando mientras su mente rompía el programa del sexocidio, borrándolo de la memoria por el conocido procedimiento de meter otro, el de TARAMBANA.
                           
                                               5
         Buscó llenar su vida de sexo llenando su sexo de vida. Tuvo negativas- que él no tuviera miedo no garantizaba que no lo tuvieran ellas- pero, también en ellas estaba, junto a la fuerza descendente del miedo, la ascendente del deseo, y por eso cada vez con más éxito lograba romper los programas que dominaban a sus amigas.

         Ocurría además que, como los tarambanas de la época de su padre, casi no había nadie que entonces pidiera y ofreciera besos, abrazos, buceos y profundidades, y ello entonces le convertía en una leyenda que, a modo de ganzúa, le permitía abrir puertas impensadas.
                                               6
-“Si te dejaras, te besaría, aunque tuvieras SIDA”- “¿Se contagia con besos?”-“Donde yo quiero besarte, sí”-Tienes gracia. Eres un suicida, pero no me importa”-

Y así consiguió acostarse con la mujer de su peor enemigo, alcanzando al fin la cumbre de la obsesión sexual: EL COITO DOBLE, pues jodía a la vez a la mujer y al marido.



  

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