domingo, 31 de enero de 2016

Y ¿LEGALIZARLA?

Y ¿LEGALIZARLA?

Como todas las cosas tiene un lado bueno y no está prohibido mirarlo, hay que reconocer que las llamadas “patrullas ciudadanas” o el estallido de barrios enteros, defendiendo su “zona vecinal” de la degradación que produce el mercado de drogas, tiene dos cosas positivas:

Una, que por fin la apática población de la democracia mortecina decide participar en política, es decir, en resolver sus problemas (cuestión aparte es que los partidos de la izquierda que suelen llamar al pueblo a ser activo, ahora añadan que no era para esto y sobre todo, que no es así, con violencia, como se ha de actuar).

La otra cosa buena que tiene este estallido social está en que al no ser correcto (por ser violento) va a acentuar la crisis que ocasiona el mundo de la droga, y por tanto más gente va a pensar ya que la solución puede ser, simplemente, rendirse.

La droga ha originado hasta ahora tres grandes problemas:

1) El problema de salud que supone el número, cada vez más elevado, de adictos-heroinómanos y cocainómanos—, con la tragedia que en el enfermo y en sus familias origina toda enfermedad, máxime cuando tiene las características de esta.

2) El problema de delincuencia que surge de la inagotable necesidad de dinero que tienen los drogodependientes, lo que acaba, más pronto o más tarde, llevando a casi todos a tener que robar por métodos más o menos blandos (sisando en casa) o más o menos violentos (dando el tirón o amenazando con una jeringuilla).

3) El problema de la corrupción, que va de la interminable red de “vendedores” hasta los núcleos de grandes narcotraficantes... Es tal la cantidad de dinero que genera este mercado de muerte y tal el poder que otorga ese dinero que cada vez es mayor el número de personas que decide utilizar la mercancía-droga para montar su negocio de compra-venta y cada vez es más alto el nivel jerárquico del profesional (jueces, policías, carceleros, políticos...) al que se tienta, seduce y compra, al precio que sea (tienen para pagar).

De tal manera que la sociedad está cada vez mas carcomida por las termitas de la corrupción.

Hoy el dinero que genera el mercado de la droga puede echar un pulso a países enteros, o, lo que es más sutil, comprar voluntades para que aparten la mirada y hagan la vista gorda.

Todo esto es una marea que avanza sin detenerse, y eso que no ha hecho más que comenzar (diez o veinte años no son nada).

Aumenta el número de drogadictos, crece la red de vendedores de dosis y emergen cada vez más casos de corrupción en “servidores del Estado”.

Todo se degrada y la sociedad no consigue prácticamente nada que no sea evitar la velocidad del cáncer, pero ni lo erradica ni cura.

Ahora, cuando la marea, al subir, ha alcanzado a los barrios económicamente bajos, a los problemas anteriores se une el de la violencia por linchamientos, que puede derivar hacia otras formas.

Ante tal cantidad de problemas, con un crecimiento potencial sin límite, lo más aconsejable es entender que no queda otra salida que prohibir el consume público y legalizar la venta, en establecimientos autorizados.

Puede que esa medida aumentara algo el número de enfermos (que por otro lado, si tienen la dosis, pueden ser ciudadanos normales hasta el desenlace); pero suprimiría todos los demás traumas sociales y eliminaría el cada vez mayor número de afectados por la droga sin ser drogadictos.


FRANCISCO MOLINA. El Correo de Zamora. Años 80 del S.XX

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