CHEROKEES
EN EL LAGO DE SANABRIA
De las piezas
geográficas que merecen (ustedes) no perderse en la provincia zamorana tal vez
la primordial. Cómo no, sea el Lago de Sanabria.
Está... donde dicen
los mapas, y su tamaño es lo suficientemente grande como para que las niñas y
los niños pequeños puedan creerse que se están bañando en el mar, sin que su
coeficiente mental tenga que estar atrofiadillo.
Para tener una idea
de cómo se presenta ante los ojos hay que levantarse, ir al grifo, poner la
mano derecha en forma de cuenco y llenar ese hueco de agua.
Pues así es allí la
hechura del lugar: por donde el dedo gordo, zona abrupta y montañosa, le llega
el agua; la unión del mismo dedo a la muñeca recuerda la zona alta y de abrigo
que le infunde magia, y el resto da buena idea de cómo la tierra va «bajando»
para beber en sus orillas.
Es por la punta de
los dedos por donde, sin ganas, casi a la fuerza, de lo bien que se encuentra allí,
sale el agua a buscar el mar de turno.
También, ahí, donde
señalan los dedos, en su zona Este, es donde acamparon desde siempre las tribus
pacifistas, las tribus hedonistas, las tribus alegres.
Las otras tienen
sitios mejores, buscando la protección del terreno tenuemente escarpado por la
retaguardia.
Es una dulce y
agradable experiencia el irse al Lago (por aquí sobra lo de Sanabria, al ser
todo más familiar) como «los cheerikouas», «los apaches», o los «pies negros»,
en tienda de campaña o en roulotte o a la intemperie, buscando uno de esos
campamentos para nómadas-de-la-nivea.
Los bosquecillos,
que entraman sus ramas para asombrarte de sombras dan cobijo a las casas de
lona y así, la comunidad espontánea de rostros pálidos reciclados se siente
bajo un mismo techo, verde de hojas en el día, azul de estrellas en la noche.
La vida de los piel
cobriza (y tú puedes serlo) irá del despertar sin prisas y el desayunar
reconfortante a la búsqueda del agua, para allí en la orilla, junto a un enorme
lago dejar que el espíritu del ambiente y el espíritu de la mente, comulguen,
suavizando la vida.
Después «cuando el
cuerpo dé a entender» se mastican energías para poder, tras una siesta en
vigilia, con nuevas fuerzas, meterte más en la mismísima naturaleza, para
penetrar adentro en el paisaje vegetal del lugar, como un elemento más de los
que lo componen y dan vida.
Después, de nuevo,
sales a descubrir el misterio de tanta agua junta y te bañas como un primitivo
que descubre la posibilidad de flotar.
Y así flotando
juegas, ríes, y correteas, hasta que te haga flotar de nuevo una puesta de sol
rojo, o una tormenta de agua a cántaros, o una niebla de vikingos invasores.
Y allá, al final de
una jornada, cuando las brujas jóvenes y bellas salen desnudas de las profundas
aguas para que las noches les acaricien los senos, entonces, formando un coro
de amistad, se intercambian palabras, aguardiente, compañía, vida... y poco a
poco la madre tierra te recuerda que no es madre porque aún te lleva dentro.
En el Lago se pueden
sentir raíces que recuerdan nuestra naturaleza animal y libre.
Es como bucear
dentro de las rocas. Hartos tal vez de ser rostros pálidos tanto tiempo, a la
naturaleza de Sanabria hay que ir para trasmutarse de «Ejecutivo Agresivo» en
«Pescador Gandulón», de «Responsable Madre
de Familia» en «Atractiva Alocada», de «Hijo o Hija Ejemplar» en «Niño o Niña
Perdida».
Si estás perdido/a
que te encuentren en el Lago, se está bien.
FRANCISCO
MOLINA . Publicado en El Norte de Castilla el 13 de Agosto de 1990
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