En estas fechas se
agotó la tirada de un pequeño libro (propio) titulado «Zamoramientos».
Como era una autoedición
se puede acertar si se dice que no va a haber otra por lo que de uno depende.
Estas circunstancias
que parecen indicar que no se busca una «publicidad encubierta» (ni siquiera en
camarote de lujo), son las que animan a apostar por un llamamiento indirecto a
que no se pierda de vista esta ciudad en jornadas tan especiales.
Sigue para ello y a
continuación uno de los apartados de «Zamoramientos» o sea un zamoramiento.
«La semana de
pasión»
Ya vuelves a estar
en Zamora, ya vuelves a encontrarte a gusto. Acabas de entrar en tu borriquito
de gasolina, entre palmas de manos amigas que se te tienden y ramos de bellos
rostros que nunca has olvidado.
Sabes que Zamora no
es la ciudad más bonita del mundo y notas, sin embargo, que cada vez te sientes
más a gusto en ella, que cada vez está más en tu vida.
Estabas deseando que
llegara Semana Santa para volver.
El sabor de estos
días ha rebrotado: sabor a aceitadas, sabor a sopas de ajo, sabor a dos y
pingada, sabor a aquellos labios que se estrenaban contigo y, de nerviosismo,
redoblaban su temblor, como tambores que os acompañarán en ese vía-crucis bello
que es el amor.
Te vuelves a
encontrar a gusto en la casa que, aunque renovada, aún conserva muebles, olor y
caras que tú quieres, que tú no olvidas, que son tu propia vida.
Alguien tiene un
programa de las procesiones, alguien te comenta cómo están las cosas, alguien,
que te conoce más, como quien no quiere, te desliza una información sobre esa
persona que siempre te turbó.
Sales con ganas de
verla, de cruzarte con ella, y al recorrer de nuevo las calles sientes el olor
de aquel Domingo de Ramos en que los dos estrenabais, extrañamente tímidos,
zapatos y chaqueta.
El bullicio es de un
tono alegre.
Tus hijos a los que
les has contado una y mil veces lo de la procesión desde el puente, lo del
miserere, lo del merlú, lo del Barandales, lo del juramento, tus hijos corren
alegres y libres por la ciudad con la que a veces les aburres.
«Mamá, papá, mamá,
papá, en Zamora no hay esto».
En Zamora no hay
muchas cosas, pero si encontraras un trabajo, piensas, «me vendría».
Hay que cenar
deprisa para ver esta otra procesión, y te descubres, al poco rato, explicando,
con un cariño inexplicable, a tu suegro todo aquello de lo cual incluso un día
te burlaste.
Pero tampoco eso fue
malo, a ti te sobraba vida y a Zamora le faltaba, a ti te sobraba amor y Zamora
te lo negaba.
Hoy sabes que Zamora
no era así por ser Zamora, era así porque era así en muchas partes.
Por fin la has visto;
os habéis podido saludar, te sigue gustando; fue la noche de la de las capas
cuando os cogisteis las manos y no las soltasteis prácticamente hasta el
Domingo de Resurrección.
;Qué júbilo de domingo!
Pero el beso que le
das a tus hijos está lleno de melancolía, te tienes que ir.
«¿Os ha gustado
Zamora?», les preguntas.
«Sí, pero... ¿quién
era Calvito de los Bodajos?»
Francisco
Molina; publicado EN El Norte de Castilla el 9 de Abril 1990
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