viernes, 30 de octubre de 2015

LA SEMANA SANTA DE PASIÓN


LA SEMANA SANTA DE PASIÓN

En estas fechas se agotó la tirada de un pequeño libro (propio) titulado «Zamoramientos».

Como era una autoedición se puede acertar si se dice que no va a haber otra por lo que de uno depende.

Estas circunstancias que parecen indicar que no se busca una «publicidad encubierta» (ni siquiera en camarote de lujo), son las que animan a apostar por un llamamiento indirecto a que no se pierda de vista esta ciudad en jornadas tan especiales.

Sigue para ello y a continuación uno de los apartados de «Zamoramientos» o sea un zamoramiento.

«La semana de pasión»

Ya vuelves a estar en Zamora, ya vuelves a encontrarte a gusto. Acabas de entrar en tu borriquito de gasolina, entre palmas de manos amigas que se te tienden y ramos de bellos rostros que nunca has olvidado.

Sabes que Zamora no es la ciudad más bonita del mundo y notas, sin embargo, que cada vez te sientes más a gusto en ella, que cada vez está más en tu vida.

Estabas deseando que llegara Semana Santa para volver.

El sabor de estos días ha rebrotado: sabor a aceitadas, sabor a sopas de ajo, sabor a dos y pingada, sabor a aquellos labios que se estrenaban contigo y, de nerviosismo, redoblaban su temblor, como tambores que os acompañarán en ese vía-crucis bello que es el amor.

Te vuelves a encontrar a gusto en la casa que, aunque renovada, aún conserva muebles, olor y caras que tú quieres, que tú no olvidas, que son tu propia vida.

Alguien tiene un programa de las procesiones, alguien te comenta cómo están las cosas, alguien, que te conoce más, como quien no quiere, te desliza una información sobre esa persona que siempre te turbó.

Sales con ganas de verla, de cruzarte con ella, y al recorrer de nuevo las calles sientes el olor de aquel Domingo de Ramos en que los dos estrenabais, extrañamente tímidos, zapatos y chaqueta.

El bullicio es de un tono alegre.

Tus hijos a los que les has contado una y mil veces lo de la procesión desde el puente, lo del miserere, lo del merlú, lo del Barandales, lo del juramento, tus hijos corren alegres y libres por la ciudad con la que a veces les aburres.

«Mamá, papá, mamá, papá, en Zamora no hay esto».

En Zamora no hay muchas cosas, pero si encontraras un trabajo, piensas, «me vendría».

Hay que cenar deprisa para ver esta otra procesión, y te descubres, al poco rato, explicando, con un cariño inexplicable, a tu suegro todo aquello de lo cual incluso un día te burlaste.

Pero tampoco eso fue malo, a ti te sobraba vida y a Zamora le faltaba, a ti te sobraba amor y Zamora te lo negaba.

Hoy sabes que Zamora no era así por ser Zamora, era así porque era así en muchas partes.

Por fin la has visto; os habéis podido saludar, te sigue gustando; fue la noche de la de las capas cuando os cogisteis las manos y no las soltasteis prácticamente hasta el Domingo de Resurrección.

;Qué júbilo de domingo!

Pero el beso que le das a tus hijos está lleno de melancolía, te tienes que ir.

«¿Os ha gustado Zamora?», les preguntas.

«Sí, pero... ¿quién era Calvito de los Bodajos?»


Francisco Molina; publicado EN El Norte de Castilla el 9 de Abril 1990

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