LA
PROCESIÓN DEL RUGIDO
Sabido es de todo el
mundo que si algo hay célebre aquí es la Semana Santa, y conocido es por los
más enterados que de esos días destaca, sin destacarse, la conocida como la
Procesión del Silencio.
Llamada así por el
juramento de silencio que, antes de comenzar, se les hace a los hermanos
cofrades, en desagravio al Cristo que fue injuriado, al Cristo de las Injurias.
Mas ocurre que en
Zamora, los vasos comunicantes de la alegría y el buen ánimo, están cumpliendo
cada vez mejor su ley (la de los vasos comunicantes, según la cual si en una
serie de recipientes, comunicados entre sí, se vierte un liquido en cualquiera
de ellos, éste acaba alcanzando la misma cota de altitud en todos y cada uno).
Entonces resulta que
si se toma el vaso de la Semana Santa, el de las Navidades, el de Carnaval y el
de las Fiestas y Ferias de San Pedro, y se comunican entre sí por ese conducto
que es la gana de juerga de los pueblos, se encuentra el personal con que
echando en uno de ellos alegría y marcha, ese fluido acaba alcanzando la misma
estatura en todas esas fechas de relajo y música.
Debido a todo esto,
en estas últimas ferias -recién disfrutadas- del apóstol Pedro y su colega
Pablo, el ambiente era un hervidero de cuerpos excitables y excitados, en pleno
trasiego por calles, plazas y rincones de perdición (donde la gente buscaba no
perderse nada).
Y en esta
efervescencia festiva ocurrió lo irreparable (pero espérase que repetible).
No hay pueblo,
ciudad o aldea, por señoritingo que se tenga, que no obsequie a las masas con
una caravana de carrozas que salpicadas de murgas, chirigotas, majorettes, trajes
regionales, gigantes, cabezudos y demás familia, pongan emoción en los pequeños
y conmoción en los mayores
(¡Qué milagro ver
algo que no acaba con la clásica representación: presidencia institucional,
adobada con concejales, gobernadores, obispos y generales!).
En esas cabalgatas
aprovechan para pasear, bien visiblemente, a la reina de las fiestas (si es que
no «a la mis; de los bestias») que siempre suele ser, amén de mona, hija de
juez o comerciante triunfante o cacicón gordinflón.
Pero en Zamora, que
de un tiempo a esta parte algo extraño y revolucionario se está fraguando, en
este 1990, resultó que en una carroza de fuego apareció una diosa del trópico,
brasileña según los análisis de sangre e impresionante según los análisis sin
ella.
Era una diosa, que
como todas, lucía su cuerpo a pechos-descubiertos, y ¡qué descubrimiento!, se
hizo el silencio rugiente.
Era un silencio
aparente, pues por lo bajo y lo del interior rugían las tripas del alma.
Los niños, sensatos,
sentenciaban «una señora en tetas»; las adolescentes sonreían; los adolescentes
reían; las señoras se codeaban a codazos; las feministas protestaban; los
varones palpitaban; las viejitas recordaban y los vejetes disfrutaban.
Todo era un silencio
rugiente, un clamor civilizado para apaciguar el ruido.
Si esto sigue así y
se repite al año, más famosa que la Procesión del Silencio acabará siendo la
Procesión del Rugido.
FRANCISCO
MOLINA. Publicado en El Norte de Castilla el 23 de Julio de 1990
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