ROPA
INTERIOR
Autor
Francisco Molina Martínez. Profesor y escritor.
Publicado
en El Norte de Castilla en 1989
Hoy, en plena
jornada de reflexión, ¿qué mejor reflexión que aquella que se haga en torno a
las prendas íntimas?
Lo única negativo de
la ropa interior es que no sea exterior.
Si tendrá fuerza y
arrebato la ropa intima que ni las tiendas especializadas se atreven a mezclar
ropa interior femenina con ropa interior masculina.
Como si hubiera un
convencimiento de que saltarían chispas y ardería la corsetería, la lencería e
incluso la civilización.
Desde la época de la
faja de ballenas (no es un insulto) y los calzoncillos con suspensorio (¡los
hombres también usan sujetadores!) hasta nuestros días, la ropa privada ha roto
la barrera de la decencia y, ya se puede decir, es sugestivamente turbadora
(turbador: dícese de
aquello que hace poner a uno como un turbo).
La misión de la ropa
interior es como la del fuego, consumirse en sí misma.
Su éxito consiste en
ser tan atrayente y sugestiva que dure lo menos posible sobre el cuerpo que la
porte.
La ropa interior
para mujer está más perfeccionada que la del macho.
Posiblemente porque
el interior de la mujer sea más extenso que el del hombre, tiene más que cubrir
porque tiene más que compartir.
El varón también
defendía su intimidad en dos zonas, el sexo y el seso, pero ya mucho antes de
que algunas damas abandonaran el sostén ellos habían abandonado también la
prenda íntima superior, la boina, y han dejado al descubierto..... el vacío,
por lo que el paso, pasó desapercibido.
La «vergüenza» que
tapaba el hombre por arriba ni siquiera merecía la pena.
La pena del hombre
está en que casi nunca es visto como hombre-objeto (la rabia de la mujer es que
es observada casi siempre como mujer-objeto), cuando realmente al hombre le
pide el cuerpo (claro) ser tratado más como un hombre-objeto y menos como un
sujeto.
Tal vez por esta
maldición cultural, la ropa interior de hombre todavía no ha llegado, en las
cantidades industriales que corresponden, a ser tan privadísima como la de las
damas.
Porque la prenda
íntima es eso, la puerta que da paso al secreto.
Que una mujer regale
calzoncillos a un hombre es subrayar una pasión.
Que un hombre
penetre en una lencería (¿lencería viene de lancero?), elija a su gusto y
obsequie a su pareja con lo escogido, es uno de esos rasgos que definen con
trazo vigoroso y fuerte un carácter perturbador.
La fuerza de la ropa
interior es tal que, si una pareja quiere salvar su amor deben dejar, las
bragas y los calzoncillos del día, juntos por la noche, en la misma silla, para
que mientras la dueña y el dueño duermen, allí al lado siga el sueño.
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