UN
DÍA COMUNERO
“El buey no es de
donde nace sino de donde pace”
Sirva esto para
definir a los castellano-leoneses (los que vivimos aquí).
Pero perfilemos la
definición y dibujemos nuestro propio perfil. Tenemos un aspecto positivo:
Somos un pueblo internacionalista (no vivimos de forma histérica nuestra idea
de pueblo).
Somos
internacionalistas (más que nacionalistas) tal vez por herencia histórica.
La falta de
fronteras naturales claras o tan lejanas que no se perciben, no nos forjó en
una piña de familias, tribus o pueblos que se sintieran claramente diferenciados.
La separación de las
naciones, instintivamente, nos parece artificial.
Nuestros cromosomas no saben
hacer mapas con la regla y el compás_
Somos
internacionalistas porque por encima de nuestras tierras han pasado tantos
pueblos y ha sido derramado tanto semen que si algo no tenemos es pureza en la
sangre.
Somos
internacionalistas como el adobe, que aún hoy, como aquí, también existe en África,
Asia, América Latina...
Pero este estilo,
esta forma de ser, en estos tiempos internacionalmente insolidarios (la
conciencia de clase no ha conseguido transformarse en solidaridad y cada país
va a lo suyo en el reino de la economía) es perjudicial para nosotros.
Hoy conviene
arraigar y fomentar en nuestras gentes la conciencia de pueblo, y ello para
afrontar, no etapas de sentimentalismos sino para preparar una defensa
económica de nuestra región.
Hasta ahora no
tenemos conciencia de pueblo en positivo. Sabemos que somos castellano-leoneses
porque consideramos a los catalanes tacaños, a los gallegos falsos, a los
vascos brutos, a los andaluces fuleros, etcétera, y así hasta a los chinos de
quienes decimos que son fáciles de engañar.
Descalificamos a todos
los pueblos y como nos callamos respecto a nosotros, ¡zas!, deducimos que somos
perfectos y a vivir que son dos días.
Así nos sentimos
pueblo.
Pero eso es ser
pueblo por exclusión, sin orgullo de serio. sin sentirlo.
Tenemos que ser
pueblo porque vivimos juntos, vivimos cerca, nos entendemos medianamente bien,
y porque además, nos es necesario, nos es económicamente necesario.
Tenemos que ser
pueblo en defensa propia.
Por ello, por no
fomentar nuestra conciencia de pueblo, hay que acusar a la Junta de Castilla y
León de ceguera histórica (esperemos que no ceguera con venda interesada) al
desnaturalizar la fiesta de nuestra Autonomía haciéndola girar como un tío-vivo
provincia por provincia.
Justo hay que hacer
lo contrario.
La fiesta nos debe
convocar siempre en el mismo lugar. Y debe ser en Villalar, ¡porque allí se perdió una bella
batalla!, y allí, en el suelo, quedó una antorcha aún útil.
La antorcha de los
comuneros.
Que nadie se deje
acorralar por academicismos.
Los nobles, la
aristocracia de la época, calificaba a los comuneros como maldita secta de la
libertad.
La revuelta comunera
unió a artesanos, burgueses y pueblo llano junto con algunos nobles-nobles,
contra la insaciabilidad de un imperio y la corrupción de los representantes en
Cortes que se vendían al mejor postor, amén de otros asuntos derivados
(impuestos. guerra, etcétera).
Pues bien, aún hoy,
hay que vigilar y frenar al imperio que pretende convertir nuestra tierra en
territorio semidesértico, de tránsito y reserva de centros nucleares, campos de
entrenamiento militar y ya se ve venir, tierra de barbecho.
Por todo eso es bueno
que, al menos un día al año, bebamos espíritu comunero y, como ellos, nos
unamos gentes de todos los sectores sociales para evitar la que se nos viene encima.
La antorcha comunera
está en Villalar porque allí la perdieron los comuneros al perder su lucha.
Recojámosla de donde
está para hacernos respetar como pueblo.
Hay a quienes les
parece feo y chocante que se celebre una derrota.
Serán los ganadores ¿verdad?
Porque vos y yo o celebramos las derrotas o no celebramos nada.
Francisco
Molina Martínez. * Profesor y escritor.
Publicado en el Norte de Castilla el 26 de Abril de 1989
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