CUALQUIERA
CON CUALQUIERA
Allá en la noche de
los tiempos, cuando era tan de noche que ni los tiempos existían, las cosas
eran así:
La especie humana,
como todas las especies, se regía por dos grandes instintos que actuaban en
cada uno de sus individuos: el de defensa propia y el de reproducción (ver nota al final del texto).
El instinto de “defensa
propia” era (y es) de tal calibre que hasta una madre puede llegar a matar a su
propio hijo si lo ve cuchillo en mano tratando de matarla a ella.
En paralelo, en
cuanto a importancia e intensidad, está el instinto de reproducción.
Baste recordar lo
obvio: La naturaleza ha unido las fuentes del placer a las fuentes de
reproducción para así, mediante el atávico instinto de búsqueda del placer se garantice
la existencia de embarazos.
Si las fuentes del
orgasmo en el hombre y la mujer estuvieran, pongamos por caso, en el lóbulo de
la oreja izquierda y las fuentes de reproducción donde de verdad están, la
especie humana ya se habría esfumado del planeta por falta de descendientes o
por escasez de estos.
Es el placer que
proporciona "el acto reproductivo" el cántico de sirena que garantiza
la tremenda fuerza del instinto de reproducción. Ahora bien, ese cántico de
sirena (el placer) es un cántico a dos voces.
Veamos cuales.
Para entenderlo
mejor recordemos cómo se reproducen esas plantas en que el órgano masculino suelta
al viento la semilla y ésta, o a través del aire o de los insectos llega al órgano
femenino.
El proceso es este:
quien suelta la semilla no tiene predilección porque llegue a ningún sujeto
femenino determinado y el órgano femenino que recibe la semilla tampoco tiene
que esperar las que vienen sólo de tal o cual órgano masculino; le da igual, el
caso es “recibir”.
Si repasamos este
proceso observamos dos detalles: que el individuo macho se desprende de la semilla
sin condiciones de ningún tipo, y la hembra de la especie la recibe sin ningún
tipo de condiciones.
Pues bien, esas dos
condiciones también se dan, como no podía ser de otra manera, en la especie
humana y por tanto tenemos que:
El
macho.
El macho tiene una
disposición natural a dejar la semilla en cualquier hembra, por lo cual y para
estar dotado para esa tarea, resulta necesario que le gustasen todas.
Y por descarado que
parezca el planteamiento, es esta la verdad, como se puede comprobar viendo que
de ser cierto lo contrario se llega a un absurdo.
En efecto, si a cada
hombre solo le gustara "la mujer de su vida", podría ocurrir que ésta
viviera en Asia, con lo que es fácil que no la encontrara y se fastidió la reproducción.
Queda pues claro
que, allá donde las cosas empezaban, al "homo erectus" le gustaban
todas.
La
hembra.
Por lo mismo,
facilitar la reproducción, tenemos que la disposición de la hembra humana, como
su misión era la de recibir la semilla, no puede ser otra que la de, por
instinto, estar en condiciones de recibirla de cualquiera.
Es decir, a las
hembras les gustaban todos, podían cohabitar con cualquiera.
También esta
afirmación, por descarada que parezca, se puede demostrar simplemente
comprobando lo absurda que es la tesis de que el amor pinta algo en el asunto, pues
si el amor existiera como algo sublime que primero empareja y luego reproduce, “ella”
jamás se quedaría embarazada si su príncipe azul estuviera (sin ella saberlo) a
diez mil kilómetros de su vida, y claro ella tan selectiva no cumpliría lo que
le pedía la especie.
Restos
de restos.
Tenemos pues que los
hombres tenían una disposición a aparearse con cualquiera y las mujeres una a
aceptar a cualquiera.
Por supuesto que hoy
somos estúpidamente selectivos (hablaremos de ello en otro artículo), pero
todavía tenemos hoy restos que confirman aquello.
Por eso los hombres,
"ya se sabe como son" (que dice la gente) y siempre están pensando en
lo mismo; por eso los hombres son proclives a la infidelidad, les gustan todas.
Pero es que a las
mujeres, también por eso, por aquel pasado remoto no es que les gusten todos,
pero están en condiciones de aparearse con cualquiera, es decir le pueden
gustar todos.
Y la prueba de que
hay restos de aquella generosa disposición está en que hoy en día, ¿qué es lo único
que una mujer le exige a un hombre? ¡Que sea tierno!
Es decir no le exige
nada, porque ser tierno no es nada. La mujer por instinto solo necesitaría
recibir semilla y le da igual que sea de diferentes órganos o siempre del
mismo, de ahí su facilidad para ser fiel.
Perdón
humano.
Por ello a los
hombres hay que perdonarles que hagan tanto el imbécil cambiando, y a las
mujeres hay que perdonarles que se enamoren de tanto imbécil sin cambiar.
FRANCISCO
MOLINA. La Opinión de Zamora. 15 de Enero de 1997. NOTA: En realidad, no hay
instinto de reproducción. Lo que es instinto básico es el instinto de busca de
placer sexual (instinto que da lugar a
la reproducción de purita carambola, como se dice en el texto)
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