CUANDO el hombre
inventa, suele darle a aquello que inventa las cualidades que le parecen más
acordes con lo inventado, y por tanto las más acordes con el mensaje que
pretende dar con su invento.
Así, en el caso de
la Madre de Dios, el hombre quiso que ostentara la más valiosa de las
condiciones de la mujer de la época, y por eso determinó que conservara siempre
el máximo sello de calidad de la mujer: la virginidad.
Hace mil años era fácil
ver, sin necesidad de demostración, que cada pareja se formaba por un hombre,
que era el dueño. y una mujer, que era mujer-objeto, porque como un objeto era
comprada.
Naturalmente, como
el hombre compraba a la mujer, le resultara más o menos cara, solía preferir
que el producto fuera de primera mano, es decir que tuviera himen, es decir,
que fuera virgen.
Resultaría así que
el sobre-precio que tendría una mujer virgen sobre otra que no lo fuera ya, no
tendría tanto que ver con la pureza de carácter sexual o el placer de una inauguración,
sino que el valor añadido estaría en la pureza mercantil de la mercancía.
Dicha pureza
mercantil supondría que quien era virgen reunía dos ventajas como mercancía
respecto a otras no vírgenes.
Una era la
posibilidad de domarla y hacerla "a su gusto", ya que ser virgen
implicaba ser inocente y por tanto moldeable a lo nuevo y a lo que el nuevo amo
le indicara.
Téngase en cuenta
que poseer una mujer, en cuanto que ser humano, no es como poseer cualquier
otro animal y por tanto la doma (la adaptación) ha de ser más sofisticada.
La otra razón para
exigir el certificado de virginidad volvería a ser mercantil.
Se trata de obtener
algo que en principio podía dar hijos y además, todos, del hombre dueño y señor.
La virginidad hacía
que la relación calidad/precio resultara interesante para el comprador.
Una vez constituida
la pareja (o el harem, donde la regla de oro es que se pueden tener todas las
mujeres que se puedan mantener, es decir, comprar). Pues bien, una vez
constituido el matrimonio, la relación es la del amo y el esclavo.
Y así ésta debe
trabajar para el señor en todo lo que le ordene. y éste no tienen otra obligación
que la de mantener a su propiedad ("mi mujer"), manutención egoísta y
sin merito, pues de no ser así, ni podría darle hijos, ni hacer las faenas de
la casa, cuando no otras mayores.
Todo esto explica
que no exista un sueldo para el ama de casa.
Nunca existió un
sueldo para los esclavos. Todo esto explica también que aunque la mujer sea la
que mas trabaja, y con diferencia, no conste el trabajo casero como tal, en
ninguna parte.
Y todo esto aclara
asimismo por qué el hombre sigue trabajando menos que ella en las tareas del
hogar, incluso aunque ella trabaje también fuera de casa (esta vez ganando dinero).
Ante todo lo visto
se puede aseverar que las reivindicaciones feministas están, sin saberlo,
estropeando el invento, y por tanto acertando en la solución, que no es otra
que la de romper los contratos bilaterales de compra.
De momento ya es un éxito
que la virginidad quede para la Semana Santa.
FRANCISCO
MOLINA. La Opinión de Zamora. 14 de Abril de 1998
No hay comentarios:
Publicar un comentario